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martes, 12 de mayo de 2009

Abres la puerta sin pedir permiso y entras sólo para asegurarte que todas las velas están apagadas.
La tenue luz de la farola que invade la alcoba y el espejo muestran cómo te acercas; crees que finalmente me he quedado dormida y tu intención ya no es la de acompañarme. Algo se quebrantó.
He dejado la distancia suficiente para que nuestros cuerpos no se mezclen; para que no se añoren en la resentida madrugada. Es fácil sentirse torpe con los estados mutantes y estar en contra de los estados carentes. Dar vueltas en el colchón o mantener los ojos fijos en el infinito son de la misma manera: Aflictivos. Deplorables.
Llevo días conviviendo con Romain Gary y aún desconozco si hay una única promesa, si es al alba, si viene de Nina Kacew a Romain o viceversa. ¡Qué amor tan obstinado y cruel! Y pienso en el modo en que se tejen las relaciones; las enredaderas de vocaciones; los pactos de voluntades donde construir un propio nombre: el Nombre Propio. Un nicho de sacrificios que no cesan de reproducirse y la agudeza con las que se crean deudas en los deudos.
Sigo en el infinito pero el libro queda impune y mi boca se resiente (por eso de que los besos no sean).
De nuevo la puerta se cierra; la cierras.

3 comentarios:

cinecito dijo...

que triste suena eso, señorita...

ADE GIMÉNEZ dijo...

Cinecito ya sabe usted que la tristeza es transitoria... en cualquier caso quedo a la espera de que me diga cuándo le viene bien tomar un café (yo le invito) y discutamos acerca de todos los estados posibles... siempre me gustó su dialéctica! Muaks! ;-)

Alberto M. dijo...

que no sea lunes...

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El escondite del silencio por Ade Giménez Ribes se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 España.