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martes, 5 de abril de 2011

Se aleja la tormenta como el invierno

“Pienso, incluso, que la mejor definición del hombre puede ser ésta: una criatura con dos piernas… y desagradecida.” 
Memorias del subsuelo, Fiódor Dostoievski.

Quizá ahora sea mi turno de contar; contarte algo que destile el misterio de la ausencia.

La inercia ahoga a cualquiera a no ser que dote a la voluntad propia, aunque no sea virtuosa, de sacar la mierda y ver con un poco de perspectiva para desear lo provechoso del porvenir; que no es otra cosa que la vuelta del impulso -vaya ganga de caricatura, pero es cierto que la causa no vale mucho más-.

Aceptar lo que nos viene dado, y esto sin acritud, cuando precede el asomo de lo lamentable que cabe en el silencio de muchos meses o en unas líneas vía mail, no es óbice para la indolencia. Concluyo al fin que los deseos suelen canibalizarse entre ellos y me abruma la colateralidad de los efectos de tus afectos. Pronunciar un olor repulsivo me invade el recuerdo, o acaso el repulsivo recuerdo de tu olor me invade (de qué me sirve ahora calificar uno u otro si mucho antes se percibía lo pútrido) para afirmar que te reservo todo el rencor por disiparme las dudas y torturarme boca abajo; por pretender en última instancia la eclosión de la oxitocina cuando por fin olvidaste la culpa del fornicario y quisiste llevarte el drama de mi cuerpo en lo que durara el festín, porque claro, tu perversión no podía arraigarse en el sueño y menos aún en el camino de regreso.

Ay, sí, los reproches siempre son sonoros. No me importa admitir que soy inmoral, y a veces estoy dolorida.

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El escondite del silencio por Ade Giménez Ribes se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 España.