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domingo, 12 de septiembre de 2010

"Versión libre de la inmortalidad" un poema de Luis García Montero

En la noche profunda,
como dormida caricia que sorprende
y sigue a más,
sombras con el calor de la materia,
mordiéndose los labios, mal quitado
el pijama y ardiendo
de loca oscuridad entre los brazos.

A media luz, perfiles
como el amor de un sueño generoso
con sus protagonistas,
diseñados despacio,
mientras el pensamiento va más rápido
que los cuerpos y explica
dónde será la próxima caricia,
cuándo la paz y cómo y qué palabras.

A luz abierta, toda,
alejado de mí para mirarnos,
para mirarte hundida y encerrada
con tus propios sentidos,
hasta que abres los ojos
llenos de solitaria claridad,
y está la habitación, conmigo, atenta,
y en tus ojos comprendes
que nos gusta mirarte como a un río,
un desmayado atardecer,
un paisaje infinito.

Ni tú ni yo creemos
en la inmortalidad. Pero hay momentos
-oscuros, de penumbra o luz abierta-
donde se roza el mundo de los libros
y las ventajas de la eternidad.
Escribo este poema celebrando
que pasado y presente
coincidan todavía con nosotros
y haya recuerdos vivos
y besos tan dorados como el beso
aquel de la memoria.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Nos detuvimos en el vértice del miedo. Ahora dejamos que todo pase, atrapados en la laceración del abandono, acaso ya olvido. La niña aparece con un solo zapato. El balcón de enfrente no ventila desde hace un par de semanas. Nos desnudamos por si la brisa apelara al encuentro furtivo. Se nos atragantó el mes de junio, nos asfixiamos en julio y definitivamente morimos en agosto. Lento. Perpetuo. En las lágrimas se manifiesta la pena, serpentinas salobres, agua mía. Un alguien salva a otro alguien: siempre sucede así. Hoy la batalla la ha ganado el sol. Dejaron de asustarnos los asesinos, lo sé porque ya no pedimos auxilio, por mi parte, que me alcancen en el descuido arquitectónico berlinés sin tus pies. Las grietas obedecen a los otros. Se nos acaba el verano y no hacemos preguntas; a quién sacia tanta retórica. Nos queda vestirnos de música. El semáforo está en verde y una madre impasible ante el vómito se queja. Andamos es imperfecto. La biblioteca huele a abrazo prodigioso, una milésima parte de lo que hubiéramos tenido detrás de la chaise longue. O ya no queda nada o todo está por venir.
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El escondite del silencio por Ade Giménez Ribes se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 España.