Páginas

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Tengo una pijama a rayas. Creo que alguna canción decía eso; pero es verdad: azules y blancas. Mientras hacía… pensaba, porque no es incompatible... A veces no caemos en la cuenta; pero es que el pensamiento fluye por sí solo, cuando quiere – a la vez es el cuerpo el que hace y deshace en movimiento; arrastra; arrima; crea; siente; absorbe…-; y la mente tan independiente... quién fuera mente, ¿no?. Pues el caso, es que mientras me enjabonaba, y quitaba el azul de mi piel teñida, es lo que tiene estrenar vaqueros, mi cabeza me decía: que de qué y por qué si somos tan sumamente imperfectos, en el sentido amplio de la palabra, osamos en calificar y juzgar lo ajeno… Recordaba mientras tanto, todo a la vez, una conversación (messengera, debo aclararlo), en la que alguien apuntaba de otra, muy ajena a ese alguien, sin conocerla apenas:

“Me parece que (esa otra) es una inmadura y, en vez de dejar adoptar su debilidad en tu arropo, debería ahorrar dinero y encarrilar su vida, por ejemplo, yéndose a su país”.

Muy atrevida. En fin, no voy a deleitarles con divagaciones de lo que pienso del alguien que dice de esa otra; pero la cuestión es que si fuéramos capaces de ver nuestra mierda, nos moriríamos de la peste y, como estaríamos muertos, ya no podríamos ver la paja en el ojo ajeno, que no es poco. Y cualquiera pudiera pensar que soy una lista, precisamente porque en el ojo ajeno veo la paja, pero éste sí es un ejercicio auto reflexivo, y me fustigo pensándome murmurar a las 9 y diez en don ramón de la cruz, 19. Así que mañana intentaré ser mejor persona, pese a quien le pese, y son las 0:01. Y bueno, lo del pijama a rayas es coyuntural; tengo más.
Licencia Creative Commons
El escondite del silencio por Ade Giménez Ribes se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 España.