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miércoles, 16 de diciembre de 2009




Rompo tu taza preferida. No puedo escapar, estoy presa en la cocina, los añicos de cerámica esparcidos son cuchillas puntiagudas al acecho. Sólo tardas dos segundos en llegar. Un-lo-siento se me escapa, y tú; a golpes.
Creo que mezo en el mar, que las olas que soportan mi peso son caricias regaladas en un territorio de nadie, -tan de mí-. Sumerjo los te quiero tardíos y emergen las flores; el sol se esmera en lucirme chillona, ocre. La brisa peina de rencores mi cuerpo. Huérfano el dolor y aprendiz yo, abro los ojos: me siento más joven, no me atrevo a voltearme, el roce marino me torna recia. Doy vueltas pero no me hundo. Si un bucanero afable viera tremolar la insignia de voluntad y acudiera en mi auxilio, su precoz susurro no quebraría la dicha.
Rompe la ola en la orilla, se arrolla y rueda; avanza a la misma velocidad y equidistancia, pero desaparece conforme nuevas olas originan otras bandas parecidas.
Me levantas del suelo de la misma manera que me tocas cada noche: violento y hastiado. La esperanza nacida de las mentiras, tu ilusión de borrarme para siempre, de saber que soy yo, pero ojalá fuera otra. Eso es imposible, estás cubierto en desidia.
Tampoco te niego, sabes de mi condescendencia, pero ya no lloro, y eso, sí te turba.
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El escondite del silencio por Ade Giménez Ribes se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 España.